La cuesta de septiembre




José Manuel Atencia
Hace unos años en el laboratorio de una universidad de Atlanta colocaron cinco monos capuchinos para realizar un experimento y llegaron a una conclusión extraordinariamente obvia: la injusticia es la injusticia, y hasta los monos lo saben. Los biólogos sometieron a los primates a unas denominadas pruebas de igualdad, en las que un monitor reclamaba un objeto a los monos a cambio de una recompensa: un pedazo de pepino; y a otras de desigualdad, en la que el primate enchufado recibía uvas de premio, un fruto mucho más apreciado por la especie.  Según el estudio, del que daba cuenta la revista Nature, las primates rechazaron el pepino cuando observaron que sus colegas recibían un premio más valioso (las uvas) por el mismo trabajo o por un menor esfuerzo. "Los vimos comparando sus obsequios y cómo rechazaban los menos importantes si sus compañeros habían recibido uno más valioso”, explicaba uno de los investigadores.
En la revista se decía que este comportamiento irracional había sorprendido a científicos y economistas que, tradicionalmente, habían argumentado que todas las decisiones económicas son siempre racionales. Para ellos, la investigación estableció  el sentido emocional de la justicia y el papel clave que ésta juega en este tipo de decisiones. O lo que es lo mismo, que ni las decisiones económicas son siempre racionales ni los monos son tontos, por eso la injusticia es siempre tan injusta.
Desde que llegó la crisis económica a España, primero con el Gobierno de Zapatero, y sobre todo con este de Rajoy, pareciera que este país se ha convertido en un gran laboratorio donde se desarrolla el mayor experimento económico de la historia. Se trata de una enorme prueba de desigualdad donde a una gran mayoría de ciudadanos se le premia sus esfuerzos con un pepino, mientras otros comen todos los días uvas. En los ocho meses de ajustes del actual Gobierno del PP, no he encontrado ni una única medida destinada a elevar la contribución a las arcas del Estado de las grandes rentas;  tampoco a penalizar a los evasores fiscales –en este caso, se ha hecho justo lo contrario, propiciar una amnistía-; ni mucho menos a reducir la opacidad y los beneficios de las Sicavs, esas sociedades de inversión que apenas tributan al 1%. 
Por el contrario, los ajustes están llenas de subidas y recortes que afectan a todos y que aumentan las desigualdades sociales, al no tener relación alguna con las rentas de cada uno: subida del IRPF, del IVA,  de las tasas universitarias y las judiciales.  A la vez que se van acumulando los recortes: paralización del calendario de aplicación de la ley de dependencia; supresión de la renta básica de emancipación o la supresión de la desgravación por compra de vivienda.
La mayor desazón ciudadana frente a las medidas de ajustes económicos tiene que ver con la sensación que experimentaron los monos capuchinos en el laboratorio de la Universidad de Atlanta: la injusticia de comer pepinos mientras otros comían uvas. Este año la cuesta de enero es tan empinada que ha empezado ya en este mes de septiembre. Ha subido el IVA, los funcionarios no tendrán paga de navidad, desaparecen cientos de medicamentos y se introduce el copago, los inmigrantes sin papeles no tienen tarjeta sanitaria, suben las tasas universitarias, bajan las ratios de profesores en los colegios… 
Septiembre no viene ya con anuncios, nos trae realidades. La de un país que se prepara para un rescate con el que poder hacer frente al pago del rescate a la banca. Vamos directo al precipicio dando cada día un nuevo paso al frente. Sin prisas, pero sin pausa. Convencidos de que es posible llegar al 31 de diciembre de 2012 con seis millones de parados, que es el mayor desastre social de la historia de España.  Ese día darán las campanadas, pero no nos premiaran con uvas. Nos darán pepinos. Justo por el sitio por donde amargan.

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