Los bancos y las cárceles

En Barcelona, hace más de 700 años, las autoridades aprobaron una ley que establecía que cualquier banquero que se declarara en bancarrota sería humillado por toda la ciudad por un voceador público y forzado luego a vivir en una estricta dieta de pan y agua hasta que devolviese a sus acreedores la cantidad completa de sus depósitos. No es que uno pretenda volver a la Edad Media, pero admitirán que del vilipendio público y de la dieta del pan y agua de antaño a la indemnización millonaria por jubilación tras el quebranto de una entidad, hay un largo trecho que está siendo difícil de asimilar.

Publicado en el País de Andalucía 

En contra de lo que ocurría en el pasado, el mundo económico contemporáneo siempre ha sido muy propenso a homenajear al sinvergüenza de más éxito. De hecho hay universidades en España que tienen entre sus doctores honoris causa a personajes que pasaron por el trullo a los pocos años de colocarse el birrete. Aunque es difícil que los ladrones de guante blanco acaben en prisión, este país cuenta ya con un ilustre expatrón de los empresarios que va a pasar a la historia haciendo una escala primero por la cárcel. Al igual que tuvo, en otra época, un financiero que inmortalizó el fin de un ciclo económico tras ser fotografiado comiéndose un bocadillo entre los barrotes de una celda.

A la actual crisis económica le sobran sinvergüenzas, pero le faltan presos. Es muy complicado que los ciudadanos entiendan la necesidad de salvar a los bancos sin llenar primero las cárceles de banqueros. El expolio de algunas cajas de ahorros en España lo han cometido personajes que se han forrado con prejubilaciones millonarias y lejos de devolverlas, lo más probable es que las tengan ya escondidas en paraísos fiscales. Dentro de algunos años, cuando los historiadores analicen lo que nos está ocurriendo ahora, les será difícil entender cómo se llegó a la actual situación sin tener que construir más cárceles.

Por los fraudes de un banco sólo van a la cárcel los empleados. Jërôme Kerviel, el exbroker de Societé Générale, fue condenado en octubre a cinco años de prisión y a pagar 4.900 millones de euros por daños y perjuicios por el Tribunal de Apelación de París, que le consideró culpable de infligir en 2008 unas pérdidas récord al banco en el que trabajaba. O sea, más o menos lo que han provocado algunos presidentes o consejeros delegados de algunas cajas de ahorros en España. El otro preso bancario del año, tiene una historia todavía peor. Se trata de Hervé Falciani un ex empleado de uno de los mayores bancos del mundo, el HSBC de Ginebra. Descubrió desde la pantalla de su ordenador miles de cuentas millonarias engordadas durante años por transferencias invisibles y de dudoso origen. La mayor bolsa de fraude jamás descubierta. Falciani copió los datos de 130.000 presuntos evasores fiscales de medio mundo y amenazó con difundirlos. En cualquier otra época de la historia, Falciani hubiera sido un héroe. En la actual, sin embargo, este cazador de fortunas ocultas tuvo que convertirse en un fugitivo.

Para cerrar una crisis económica hay que cerrar primero las puertas de alguna celda. Y, al igual que ocurría en la Edad Media, sacar a un voceador público a la calle para vilipendiar a los defraudadores, no para homenajear a los sinvergüenzas. La estricta dieta de pan y agua por la situación de bancarrota, que se aplicaba a los malos banqueros hace 700 años, no puede ser ahora para los ciudadanos.

Comentarios

Entradas populares