El metro y los miedosos

El primer metro del mundo ha cumplido 150 años. Es el de Londres, cuyo trayecto iniciático tuvo lugar en el año 1863 en un viaje compartido por 40.000 pasajeros. Aquello fue una auténtica novedad, pero suscitó todo tipo de miedos. Durante la construcción, el temor fue que la ciudad se hundiera a su paso. Tras su puesta en marcha, los miedos lo suscitaron esos túneles estrechos y oscuros por donde circulaban trenes de vapor que lo invadían todo de humo. Cuentan que el reverendo protestante Jonh Cumming fue uno de los más sólidos detractores de este novedoso invento y llegó a proclamar por aquel entonces: “El fin del mundo se acelerará con la construcción de estos ferrocarriles que descienden a regiones infernales y por tanto molestan al Diablo”. Uno de los miedosos fue el primer ministro de la época, Lord Palmerston, que decidió perderse la inauguración y tardó varios años en montarse en el suburbano.
Cuando una ciudad acomete una infraestructura de estas características siempre hay defensores y detractores. Poco antes de inaugurarse el metro de Londres el diario The Times condenó la idea calificándola de “insulto al buen sentido común”, mientras en el lado contrario se encontraba otro importante diario de la época, el Daily News, que resumía con esta frase en un reportaje la euforia reinante con la puesta en servicio del suburbano: “Por primera vez en la historia los hombres pueden desplazarse en vagones agradables por debajo de las tuberías del agua y de los cementerios”. “Los vagones son tan altos que un hombre de 1,80 puede permanecer de pie con su sombrero puesto”, dijo un viajero.
Resulta curioso que, un siglo y medio después, se encuentren tantas similitudes en las obras del metro de Málaga como las que se vivieron en aquel Londres victoriano. En Málaga hemos pasado por casi todos los estadios, entre ellos la polémica en torno a las obras de los túneles, que si había que hacerlos con muros pantallas que si mejor se hacían con tuneladoras. Y todo, por el miedo a que la carretera de Cádiz se hundiera a su paso y los edificios se resquebrajaran. En Málaga no hemos tenido un reverendo que alertara sobre los peligros de alcanzar el infierno y molestar al diablo, pero fuimos advertidos de las consecuencias apocalípticas que podría tener sobre las calles del centro si el metro iba en superficie. “El tranvía tendrá que parar en los semáforos para recoger a los niños atropellados”, sentenció un día el principal asesor en materia de grandes infraestructuras del Ayuntamiento de Málaga.
Otra similitud importante de los inicios del metro de Londres con lo que está ocurriendo en Málaga ahora tiene que ver con la actitud de los responsables políticos. Si en aquella época fue el primer ministro, Lord Palmerston, el que decidió perderse la inauguración y esperar varios años para subirse al suburbano, en el caso de Málaga es el primer edil de la ciudad, Francisco de la Torre, el que parece decidido a retrasar lo más posible su puesta en servicio, buscando un problema para cada solución que se le plantea. Con 600 millones de euros invertidos y ejecutadas ya dos líneas, la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Málaga llevan meses empantanados para alcanzar un acuerdo que garantice la viabilidad económica del proyecto. Tras cada acercamiento, surge rápido un motivo de distanciamiento. Son los miedos. Unos, a realizar una obra sin el respaldo del consistorio. Otros, a poner las calles patas arribas a las puertas de unas elecciones.
La primera línea de metro del mundo unía, en el centro de Londres, la estación de Paddington con la de Farringdon. Las obras, financiadas por una empresa privada, apenas duraron tres años y se ejecutaron, prácticamente, a base de pico y pala. En aquella jornada inaugural se formaron grandes colas para subir en un vagón tirado por una locomotora de vapor e iluminado con lámparas de gas. Un siglo y medio después, aún estamos discutiendo en Málaga sobre el futuro del suburbano.

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