Hasta Cicerón se hartó
Los partidos políticos no mueren de muerte natural; se suicidan. Lo
dijo un escritor y político uruguayo que se llamaba José Enrique Rodó.
En la transición entre la vida y la muerte política se mueven ahora
mismo las dos grandes formaciones políticas de España, el PP y el PSOE.
De momento, se sostienen en pie porque una amplia estructura de cargos
públicos los mantiene enganchados a un respirador artificial. Pocos
creen en su mejoría, pese a los intentos que hacen por no desfallecer. Y
a las pruebas me remito, ahí están esos sondeos de opinión que
advierten que para un importante sector de la ciudadanía hace tiempo que
murieron.
En España nos hacen falta políticos que sean conscientes del estado vegetativo en el que se encuentran. No hay mal que se pueda curar, si uno no es consciente de la gravedad de la enfermedad que tiene. Cicerón, que era más listo que esta gente que nos gobierna ahora, se dirigió hace 2.000 años a los senadores de Roma con una asunción de culpa: “Señores, las palabras de las que disponemos no pueden expresar lo amargamente que somos odiados por el pueblo”. Como la historia va girando para volver, demasiadas veces, al mismo sitio, hay otra anécdota muy ilustrativa de lo que estamos viviendo ahora. La recordó, hace unos días en el Congreso, el dirigente de IU, Cayo Lara. Estanislao Figueras, el presidente de la Primera República Española, en pleno Consejo de Ministros, advirtió a su Ejecutivo: “Voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Una perfecta definición de su estado de ánimo y del que tenían la mayoría de los españoles de entonces. Y de ahora.
Que la gente está hasta el gorro de la clase política, lo dijo hasta el ex defensor del Pueblo Andaluz José Chamizo en una comisión del Parlamento. Su descripción de lo que estaba ocurriendo fue tan atinada que a los pocos meses lo relevaron del puesto. “Están muy enfadados porque los ven todo el día en la peleíta (…) Por favor, un ejercicio de buena voluntad y avanzar para resolver los problemas del personal”. El problema que señaló Chamizo ese día, lejos de amainar se ha multiplicado por 1.000. Ahora estamos en otro estadio, el de hacer un recuento de los años del pillaje en España. Aquí se ha robado con las dos manos, con nocturnidad y alevosía. Y el hartazgo ha bajado del gorro, hasta una zona más intermedia del cuerpo entre las caderas y las piernas. Dicho en su acepción más sonora y con contundencia.
Por lo tanto, no resulta muy creíble que las personas que estaban al frente de los partidos y las instituciones que han tenido en sus filas a grandes sinvergüenzas, sean ahora los encargados de aprobar las medidas para que dejen de haber sinvergüenzas. Por eso sería deseable que los militantes de los partidos y los ciudadanos con sus votos vayan retirando el apoyo a todos aquellos que mantienen en sus filas a políticos conectados a un respirador artificial, ya que el olor a putrefacto amenaza con inundarlo todo. Algunos morirán, no de forma natural, sino siendo protagonista de su propio suicidio político.
@jmatencia
En España nos hacen falta políticos que sean conscientes del estado vegetativo en el que se encuentran. No hay mal que se pueda curar, si uno no es consciente de la gravedad de la enfermedad que tiene. Cicerón, que era más listo que esta gente que nos gobierna ahora, se dirigió hace 2.000 años a los senadores de Roma con una asunción de culpa: “Señores, las palabras de las que disponemos no pueden expresar lo amargamente que somos odiados por el pueblo”. Como la historia va girando para volver, demasiadas veces, al mismo sitio, hay otra anécdota muy ilustrativa de lo que estamos viviendo ahora. La recordó, hace unos días en el Congreso, el dirigente de IU, Cayo Lara. Estanislao Figueras, el presidente de la Primera República Española, en pleno Consejo de Ministros, advirtió a su Ejecutivo: “Voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Una perfecta definición de su estado de ánimo y del que tenían la mayoría de los españoles de entonces. Y de ahora.
Que la gente está hasta el gorro de la clase política, lo dijo hasta el ex defensor del Pueblo Andaluz José Chamizo en una comisión del Parlamento. Su descripción de lo que estaba ocurriendo fue tan atinada que a los pocos meses lo relevaron del puesto. “Están muy enfadados porque los ven todo el día en la peleíta (…) Por favor, un ejercicio de buena voluntad y avanzar para resolver los problemas del personal”. El problema que señaló Chamizo ese día, lejos de amainar se ha multiplicado por 1.000. Ahora estamos en otro estadio, el de hacer un recuento de los años del pillaje en España. Aquí se ha robado con las dos manos, con nocturnidad y alevosía. Y el hartazgo ha bajado del gorro, hasta una zona más intermedia del cuerpo entre las caderas y las piernas. Dicho en su acepción más sonora y con contundencia.
Por lo tanto, no resulta muy creíble que las personas que estaban al frente de los partidos y las instituciones que han tenido en sus filas a grandes sinvergüenzas, sean ahora los encargados de aprobar las medidas para que dejen de haber sinvergüenzas. Por eso sería deseable que los militantes de los partidos y los ciudadanos con sus votos vayan retirando el apoyo a todos aquellos que mantienen en sus filas a políticos conectados a un respirador artificial, ya que el olor a putrefacto amenaza con inundarlo todo. Algunos morirán, no de forma natural, sino siendo protagonista de su propio suicidio político.
@jmatencia
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