Respuestas sin preguntas


Lo escribí hace ocho años, pero un lector me pregunta ¿Por qué los periodistas aceptamos las ruedas de prensa sin preguntas?. Y me ha parecido que esta podría ser una respuesta. 

Hasta hace poco tiempo en la relación entre un periodista y un político había un hecho incuestionable: el periodista siempre era dueño de sus preguntas y el político propietario de sus respuestas. Era una condición indispensable para fijar las reglas del juego. En un periodista se valoraba su insistencia o sagacidad para interpelar a su interlocutor; mientras en un político se premiaba su capacidad para dar una respuesta acertada y veraz, o, por lo menos, para eludir la pregunta con una salida inteligente. El periodismo actual se está deslizando hacia el encefalograma plano y las noticias ya no se buscan en la calle -el lugar donde los perros mordían a los niños-, sino que ahora te las ofrecen gratis en las salas de prensa -el sitio donde los políticos valoran el mordisco del perro-. En el quién de la pirámide invertida de una noticia los políticos le han robado el sitio al perro, por eso la propaganda está a punto de tragarse la realidad.

Los políticos, con sus asesores de prensa y el reparto de sus campañas publicitarias, llevan años apropiándose, cada vez de forma menos sibilina, de la principal herramienta de un periodista, la de que para escribir hay primero que preguntar. No dictan todavía las preguntas aunque en ocasiones lo intentan, pero deciden cuándo se dan las respuestas. Este incumplimiento de las reglas del juego está siendo aceptado por la profesión sin pestañear y son habituales los actos donde la prensa es convocada con la condición de que no pueden hacer preguntas; florecen las ruedas de prensa donde alguien suelta su discurso y no admite ser interpelado; o se suceden las comparecencias donde las cuestiones espinosas se las sacuden con una frase inaceptable: "Eso hoy no toca". Asistimos como espectadores a un soliloquio de respuestas sobre las que no hemos hecho preguntas, mientras se nos impide hacer preguntas para las que necesitamos respuestas.

Esto viene a cuento del incidente ocurrido hace unos días en Cádiz entre un periodista y el presidente del PP, Mariano Rajoy. El gabinete de prensa del PP invitó a los medios al acto, pero advirtiéndoles de que ni Rajoy iba a hablar ni iba a responder sobre nada. Pese a ello, un redactor de Canal Sur hizo una pregunta y como no le contestó, decidió repetírsela varias veces hasta obtener las mismas calladas por respuesta. Al PP la insistencia le pareció "vergonzosa" y consideró que Canal Sur "traspasó la línea entre la manipulación habitual y la increpación y falta de respeto al líder de la oposición", y llegó a pedir una convocatoria del Consejo de Administración de la RTVA y la comparecencia del director general. Tan mala conciencia tuvieron los directivos de la radio pública en Cádiz, que llegaron a emitir un comunicado de disculpa.

Lamentablemente la actitud de Rajoy no es un hecho aislado. Ni el incidente es un problema con cargos del PP. En Andalucía se podrían poner bastantes más ejemplos protagonizados por dirigentes del PSOE, por la sencilla razón de que llevan más años gobernando y el poder te hace sentir más dueño todavía del control de la información. El problema actual de los periodistas es que los políticos ya no te miran a la cara, están demasiado preocupados intentado reconocer el logotipo del micrófono. Para los políticos las preguntas ya no son tontas ni inteligentes, sólo dependen del lado de la trinchera donde se ubica la empresa del redactor que las hace.

Estas cosas no ocurrirían si el gremio entendiera que en el periodismo sólo hay vida lejos del poder. Y que hay cosas inaceptables: dejar que los políticos sean los dueños de las preguntas o que los periodistas pidan disculpas por hacerlas, salvo que las consignas de sus empresas estén por encima de los criterios periodísticos. Contra esta plaga en la profesión siempre es bueno recordar una frase que le oí a Daniel Gavela, directivo del grupo PRISA, editor de este periódico: "En el trato con el poder conviene tener muy presente el cuento de Cenicienta: se va en carroza tirada por caballos, pero cuando son las doce, en esta profesión, siempre se vuelve sentado en la calabaza".

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