Un elefante viejo sin olfato

Para entender bien la gravedad de lo que está ocurriendo en España habrá que esperar unos años y analizarlo todo con algo más de distancia. Ahora hay tanto ruido que apenas quedan silencios para escuchar una voz sensata. La democracia española está en un final de ciclo y tendrá que pasar un tiempo para que descubramos lo mucho que tardamos en darnos cuenta de que el sistema se iba al traste. Asistimos a los últimos coletazos del régimen que surgió de la transición y la democracia, afortunadamente, emergerá, pero será necesaria una profunda regeneración que está por llegar y para la que se precisan nuevos protagonistas.

La mayoría de las personas que hemos nacido en democracia, festejamos la niñez, entre otras muchas cosas, con las películas de Tarzán. Siempre tuve cierta predilección por aquella en la que un grupo de exploradores buscaban un cementerio de elefantes donde se escondían un tesoro de colmillos de marfil. Tarzán de los monos, se llamaba. Aún recuerdo esa imagen de los elefantes medio moribundos caminando para llegar a ese lugar, casi mitológico y medio sagrado, donde acudían a morir.

El caminar cansino, lento y algo exhausto de los viejos elefantes en su recorrido hacia el cementerio es la imagen metafórica más parecida que tengo en la memoria sobre lo que está ocurriendo en España. Una hilera de dirigentes va saliendo del Senado, mientras otra va subiendo ya la Carrera de San Jerónimo para ir sumando elefantes despidiéndose de la política. Todo, bajo la atenta mirada de los leones de las Cortes, que cualquier día se levantan para anunciar que ellos también se van, hartos de estar hartos de esta selva parlamentaria llena de telarañas. A estas alturas, en el interior de la Cámara Baja van quedado algunos que todavía se resisten, pero como cualquier elefante viejo ni puede trotar ni moverse.

Una parte sustancial de la clase política en España está sufriendo una epidemia de anosmia, que es una enfermedad que produce una pérdida casi total del olfato. Al olfato político, me refiero. Y si eso es grave para cualquier diputado, imaginen lo que supone para el elefante que debe guiar la manada. Así está el presidente de este país desde hace tiempo, sin oler lo que está sucediendo y sin capacidad de movimiento. Estático y más quieto que los leones de piedra de la puerta del hemiciclo. Sin querer mancharse los zapatos en medio de este estercolero y viendo pasar elefantes camino del cementerio. El problema para Rajoy es que, a estas alturas, apenas quedan ya elefantes viejos, por lo que empieza a acumular papeletas para ser el próximo en incorporarse a la fila.


No es la primera vez que reproduzco la cita de un político uruguayo que sostenía que ni los partidos políticos ni sus dirigentes mueren nunca de muerte natural, se suicidan. Y hay un camino muy corto para alcanzar el cementerio en la vida pública. Tener las orejas de un elefante, pero no escuchar nada. Tener la trompa de un elefante, pero no oler lo que está pasando. Y tener las piernas de un elefante, pero no tener nunca los pies en el suelo. Cuando eso ocurre, es mejor marcharse. Y no llevar a toda la manada camino del precipicio.
 @jmatencia

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