El niño del cartel







En la frontera entre Macedonia y Grecia, en medio de una multitud de refugiados, emergió ayer un niño sirio con un cártel apoyando a Bélgica tras los atentados en la capital comunitaria que acabaron con la vida de más de una treintena de personas. Lo siento Bélgica, decía el folio pintado a mano de este niño que huyó de su país por la misma razón que ayer huían miles de personas del aeropuerto y del metro: por las bombas y por las muertes.
Posiblemente sean los refugiados, otra vez y de nuevo, las próximas víctimas del atentado en Bruselas: los daños colaterales de cerrar aún más las fronteras para resguardarnos del terrorismo, como si los sirios no estuvieran huyendo de lo mismo de lo que en Europa nos queremos defender. El mundo se hace cada día más complicado y entre la dignidad de las personas y la seguridad personal, ya hace bastante tiempo que decidimos optar por lo segundo, asustamos, como estamos, por unos terroristas que atacan nuestras ciudades y nuestro modelo de civilización.
Lo más triste de todo es acostumbrarse a vivir con normalidad lo que es, a todas luces anormal y admitir que el atentado de Bruselas se esperaba, como si el terrorismo y las guerras formaron parte de nuestra anormalidad diaria, como lo son ya los muertos escupidos por el mar, los niños llorando en las fronteras y la gente muriendo de hambre en países en conflicto.
Hoy Manuel Alcántara, en su artículo diario, dice que el mundo no se entiende y en una sola vida, que es corta por las dos puntas, no hay tiempo para comprenderla. Por eso, asegura el maestro malagueño, lo peor del mal, que indudablemente existe, es que nos hace más malos a todos, ya que cada víctima aspira a ser verdugo.

Columna para La Ventana de Andalucía.
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