Islandia cree en los elfos, los españoles en el hada madrina
Desde que en Islandia se celebró un referéndum para que los ciudadanos decidieran si ayudar o no a los bancos, vivo fascinado por este país. El sí suponía asumir una deuda de unos 40.000 euros por familia. El no equivalía a la hecatombe: una crisis política sin precedentes, la congelación de las ayudas internacionales y la paralización de su ingreso en el euro. El 93% de los islandeses dijeron no y en contra de lo que auguraban las maléficas profecías, el país salió de la recesión y la protección a los contribuyentes del coste de un rescate que sumaba 3.700 millones de euros permitió que se recuperara la economía de forma más rápida que en otros países europeos agobiados por su deuda.
En Islandia se llevó a los banqueros a juicio. E incluso,
algunos acabaron en la cárcel. Tardamos en creerlo, pero las crónicas y los
teletipos lo contaban. Debió de ser cierto, aunque a nosotros los españoles
estas cosas nos cueste mucho entenderlas. El otro día ocurrió otro hecho
inédito en Islandia. Los papeles de Panamá, la última gran estafa global de lo
que vamos teniendo conocimiento, afectan
al primer ministro de este pequeño país. Al hombre, que se llama Sigmundur David Gunnlaugsson, le vimos salir corriendo de una
entrevista cuando un periodista le preguntó sobre si llevó parte de sus
ingresos a este paraíso fiscal. Claro que su veloz carrera fue el hecho inédito
al que me estoy refiriendo. En huir de una pregunta incómoda y no ofrecer explicaciones
tenemos dirigentes políticos en España que son plusmarquistas mundiales en cien
metros libres delante de un micrófono.
Lo realmente espectacular de lo
sucedido en Islandia es que, al día siguiente, más de veinte mil personas –en un
país de poco más de 230.000 habitantes- salieron a la calle para exigir la
dimisión del primer ministro y es, hasta posible, que cualquier día dimita por
este desliz tributario, ya que por muy legal que sea llevarse el dinero a una
sociedad “offshore”, resulta difícilmente defendible exigir a los ciudadanos
que paguen sus impuestos y llevarse uno sus ingresos al extranjero para
tributar menos. Que en España nos hayamos acostumbrado, no quiere decir que sea
normal. Aquí hemos logrado cosas tan increíbles como que un político llegara a
la vicepresidencia de un Gobierno, a la Gerencia del Banco Mundial y a la
presidencia de una caja, haciéndolo compatible con las cuentas en Suiza, las
sociedades en paraísos fiscales, las tarjetas opacas y lo que todavía no
sabemos. Y lo digo por poner uno de los muchos hechos aislados que han
trascendido en esta España nuestra.
Ustedes me dirán que Islandia es
un país pequeño y que sus condiciones económicas y sociales no son
extrapolables. Y seguro que, en términos macroeconómicos, tienen toda la razón
del mundo, pero habrá que admitir que a pesar de tratarse de un país muy frío,
a los ciudadanos islandeses les corre un poco más la sangre por las venas que a
nosotros, a los españoles. Aquí llevamos años soportando la corrupción por
tierra, mar y aire, y a muchos de nuestros corruptos, en vez de correrlos a
gorrazos, los volvemos a votar cuando se presentan otra vez a unas elecciones.
Llevamos tanto tiempo criticando a los políticos por sus quehaceres diarios,
que nos hemos olvidado de cuestionarla sobre la parte de responsabilidad
tenemos los ciudadanos en esta actitud de desidia e incluso de tolerancia
frente a la corrupción.
El otro día leí un artículo sobre
Islandia que se llamaba 25
cosas que no sabes de este país. La que más determinante la sabía:
Hay una alfabetización del 99,9 % de la población y esto da lugar a
que sea el país que compra más libros per cápita del mundo. La lectura en este
país está tan enraizada que forma parte de sus vidas. Igual es porque no pueden
salir a la calle la mayor parte del año, pero, sea por una cosa o por otra, en
Islandia se lee y se lee mucho. Y la gente cuando lee tiene opiniones.
Islandia cuenta el parlamento más antiguo del mundo. Al
menos, eso aseguran ellos. Tiene 1.000 años y en diez siglos ha habido tiempo
más que suficiente para aprender cuatro reglas básicas de la democracia. La
principal, que las instituciones están al servicio de los ciudadanos y no al
servicio de sus dirigentes, o del mercado, o de los grandes bancos. Otro hecho
diferencial es que en Islandia hay el doble que ovejas que ciudadanos. Podría
parecer un asunto baladí, pero tiene su importancia. Allí tienen muy claro la
diferencia: las ovejas se comportan como ovejas y los ciudadanos como
ciudadanos. En España, en demasiadas ocasiones, hay una enorme confusión entre
el comportamiento de los rebaños.
Con todo, lo más alucinante de Islandia es otra cosa. En una
encuesta de hace unos años el 54% de los islandeses no negaba la existencia de los elfos y el 8% daba por hecho su existencia. En los jardines de muchos
hogares se pueden ver pequeñas casitas construidas para ellos y muchas obras de
infraestructura esquivan piedras para evitar dañarlas, ya que dicen suelen ser
el hogar de esos elfos.
En la última encuesta del CIS a nadie se le ocurrió
preguntarles a los españoles sobre si creían en los elfos, pero estoy
convencido de que hubiéramos contestado que no. En España somos más del hada
madrina. A veces uno tiene la
sensación, frente a todo lo que nos está
ocurriendo, que llevamos años esperando la llegada de un hada que, con su
varita mágica, resuelva nuestros problemas. Y por eso, en contra de lo que
ocurre en Islandia, vivimos con un alto nivel de tolerancia, la corrupción que
nos invade.
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