El arte de robarnos la cartera



 
APOLLO Robbins es uno de los carteristas más famosos del mundo. Dicen que un día desplumó de una tajada a todos los miembros del servicio secreto del ex presidente de Estados Unidos Jimmy Carter. En minutos, le sustrajo los relojes, las carteras, las placas y hasta las llaves de la limusina del alto mandatario. Un crack. Era tan bueno robando, que dos neurocientíficos decidieron estudiar sus métodos para completar un libro que estaban escribiendo y que titularon Los engaños de la mente. Susana Martínez-Conde y Stephen L. Mackninck, que así se llaman ambos médicos, descubrieron que lo que hacía de Robbins un carterista singular era, además de su juego de manos, su manera de hablar y de lograr la confianza de su víctima. Cuando este individuo se acercaba a alguien, contaban en su libro, les hacía mirar cosas con atención, les hablaba, les tocaba y se acercaba mucho a ellos, creando una respuesta emocional ante lo que denominaban como sobrecarga de atención. A partir de ese momento, la víctima se despistaba y el carterista los desplumaba por completo.

En España, hace tiempo ya que nos están desplumando por un procedimiento muy similar: la sobrecarga de atención. Un día son los ERE, otro día es Rodrigo Rato, otro Pujol, otro la Gürtell… ahora Trillo. Nos hacen mirar para todos lados, pero impiden que fijemos demasiado tiempo la vista en un caso concreto. De ahí, que pasamos de uno a otro sin que nadie devuelva el dinero o sin que alguno vaya a la cárcel. Pero, sobre todo, sin que nadie explique nada, asuma responsabilidades por algo o se vaya a su casa por decencia. Sale un caso, y ellos nos hablan, nos anuncian cosas, nos tocan, se nos acercan y vuelven a coger un poco de confianza. Entonces, ¡Zas!, nos roban otra vez la cartera. Y empieza de nuevo la misma historia de siempre, la de que nos están birlando la esperanza por encima de nuestras posibilidades. Y nos están tomando por tonto por encima de las suyas.

En este país, el club de "esas personas a las que usted se refiere" es ya legión y al frente de altas instancias del Estado y de las autonomías han estado dirigentes que metían las manos en las arcas públicas con una facilidad deslumbrante. Nada ha quedado a salvo del pillaje y el arte de robar se ha democratizado tanto que hemos pasado de vanagloriarnos por tener a los jóvenes mejor preparados de la historia de España, a avergonzarnos por sufrir la generación de ladrones más cualificados que haya dado nunca este país: la de los excelentísimos chorizos con cargos internacionales. Unos personajes que partiendo de la política han logrado alcanzar las más altas cotas de la miseria humana.

En Andalucía se ha robado delante de las narices de responsables políticos. Los millones volaron de las arcas públicas por arte de magia. Al estilo del mejor de los carteristas, y ríanse del prodigioso americano que le birló la cartera a los servicios secretos de Carter. Aquí se llevaron medio presupuesto público destinado a Empleo y nadie vio nada. Y toda la culpa se la quieren echar al director general del empleo, que debió ser el Gran Houdini de las arcas públicas. Hasta amarrado y ahogado en agua, se escapaba con las maletas sin que nadie lo descubriera. Eso sí que es magia.

Habrá un día que encargarle a un grupo de neurocientíficos un profundo estudio sobre lo ocurrido estos años en España. Y diseccionar cómo se inició este saqueo de la cosa pública y cuándo se cayó en esta ciénaga de corrupción. Son demasiados ladrones institucionales para seguir sosteniendo que se trata de casos aislados. Y son muchas las distintas esferas de la sociedad donde han campado a sus anchas extorsionadores, comisionistas, aprovechados y sinvergüenzas de toda índole y pelaje.

Sostenía Robbins que la atención se ha convertido en un bien limitado, de ahí que todo el mundo cree que le sobra, pero en realidad no es así: "No podemos hacer muchas cosas al mismo tiempo", decía el carterista. Y en esa sobrecarga de atención está el modus operandi de los ladrones. Nos tienen entretenidos con muchas cosas y cuando queremos darnos cuenta, nos han metido la mano en la chaqueta. Y ¡Zas! Otra vez nos han robado la cartera. Por eso, durante la nueva campaña electoral estén atentos. Cuando les abracen, se les acerquen e intenten ganarse su confianza, échense la mano al bolsillo. Igual es un buen tipo, pero de gente que creíamos buenos tipos empiezan a estar las cárceles llenas. 
 
 Publicado en Málaga Hoy. Ilustración Daniel Rosell. 

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