Excelentísimos ladrones

En el verano del año 1958 ocurrió en Londres un hecho que se conoce como El Gran Hedor. El olor en la city llegó a ser tan insoportable que en las ventanas del edificio de la Cámara de los Comunes tuvieron que colgarse cortinas bañadas en desinfectante para disimular la peste. La ciudad se había convertido en una urbe de casi dos millones y medio de habitantes y toda la basura generada por esta numerosa población acababa en un mismo sitio: el Támesis. El río se convirtió en una enorme cloaca que recorría la ciudad dejando a su paso un olor nauseabundo.

 En España está oliendo ahora tan mal como en aquel verano londinense. El hedor empieza a ser tan insoportable que cualquier día habrá que colgar cortinas bañadas en desinfectante en algunas instituciones públicas y en las sedes de los partidos políticos para disimular la peste. En contra de lo que ocurrió en la city, aquí en vez de un río el problema lo tenemos con un mar. Se trata de un mar de corrupción que está cruzando el país, llenándolo todo de podredumbre y de inmundicia. Este gran hedor que estamos percibiendo tiene como principal foco unos ladrones que han sido gente muy honorable, ya que alcanzaron la perfección en el arte del robo desde un despacho oficial. Cuando dentro de unos años lleguen las sentencias, podremos decir que en España tuvimos ladrones que llegaron a ser presidentes de comunidades autónomas, consejeros, directores generales o tesoreros de partidos políticos. O sea, excelentísimos ladrones.

Ya no solo tenemos alcaldes de municipios que guardaban bolsas de plásticos con billetes de 500 euros debajo de la cama, ahora, los que trincan, tienen una cuenta en Andorra o en Suiza con varios millones de euros y una dilatada trayectoria política. No se trata de ladrones de guante blanco. Son de guante blanco, coche oficial, despacho y secretaria. Dirigentes por los que sus jefes ponían la mano en el fuego, mientras ellos las metían en la caja. Los excelentísimos ladrones o los honorables chorizos, según el protocolo de cada comunidad autónoma, son gente muy convencida de las ventajas de la globalización. De hecho, una de las primeras actividades que iniciaron cuando empezaron a robar fue dedicarse a la exportación, sacando de España el dinero a espuertas. La segunda fue la de diversificar el negocio a otros países para buscar nuevos mercados emergentes.

El problema de España con la corrupción es que los partidos, que deberían ser los encargados de retirar la basura, llevan desde hace años protagonizando una larga huelga de limpieza interna. Sus dirigentes tienen el síndrome de Diógenes y se han acostumbrado a ir acumulando toneladas de basura en los rincones de sus sedes, dando por hecho que en política un cierto nivel de pestilencia es algo inevitable. Y más o menos se han acomodado a convivir con este hedor, hasta que la acumulación de podredumbre e inmundicia es tal que empieza a salir la mierda por todas las rendijas. No hay un solo corrupto que no crea firmemente en su inocencia, por eso los dirigentes de los partidos políticos deberían estar ya escaldados y no creerse lo que cuentan sus subordinados cuando son pillados poniendo el cazo. Un respaldo generalizado a tanto chorizo hace pensar que se ha participado del botín.

En aquel verano londinense de 1958 los efectos del calor provocaron un considerable aumento de la población de ratas, lo que sumó, al mar olor, un problema de salubridad. Aparecieron tantas que las autoridades locales decidieron crear un cuerpo de funcionarios dedicados a la caza de esos roedores. En este invierno de 2013 en España, los ciudadanos están ya al límite de su capacidad para soportar tanto mal olor y tenemos un gravísimo problema de salubridad democrática. O los partidos políticos actúan de inmediato o habrá que hacer algo parecido en España, para allí donde no alcance la justicia acudan, al menos, los cazadores de ratas.

Publicado en El País, Enero de 2013. 

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