Buscando, desesperadamente, un protagonista para la novela

TODAS las elecciones tienen su misterio, aunque algunas tengan más intrigas que otras. En el fondo, el relato de unos comicios no deja de ser como una mala novela negra donde van sucediendo cosas y al final, en vez de descubrirse a un asesino, lo que se nos revela es quién será el protagonista del relato de los próximos cuatro años. Hay candidatos que, nada más arrancar la precampaña, se ve que van a desaparecer de la historia antes del primer capítulo; al igual que hay personajes secundarios a los que tener en cuenta ya que su concurso será imprescindible para la conclusión final del relato.

No hay historia policiaca con capacidad para mantener el suspense que no incluya, como mínimo, dos posibles asesinos. Por eso, durante muchos años en Andalucía, las elecciones tuvieron menos intriga que el cuento de Caperucita, ya que se sabía el ganador y el muerto antes del inicio de la campaña. Hubo que esperar hasta el año 2012 para que el misterio durara hasta el desenlace. En aquella ocasión, el final acabó en sorpresa, ya que cuando todo indicaba que el muerto, por primera vez, iba a ser otro, dio un cambio brusco la trama y se volvió al inicio. Después de treinta años, la nueva novela tuvo que empezar con la misma saga de protagonistas de siempre.

Hoy domingo, los ciudadanos, de forma colectiva, vuelven a tener la posibilidad de escribir el último capítulo de las elecciones autonómicas de Andalucía, en su edición de 2015. Y hay todavía cierto margen para la intriga. Susana Díaz ha llegado al final con un enorme protagonismo. Y como ocurre con los grandes detectives de novela, la candidata del PSOE se ha bastado y se ha sobrado ella sola para llevar el peso de trama. El liderazgo de Juan Manuel Moreno Bonilla ha sido más coral. De hecho, si en vez de un candidato hubiera sido un agente del FBI, se podría decir que tuvo siempre la colaboración de la central ante cualquier paso que daba.

Salvo sorpresa imprevista, ya tenemos una idea medianamente clara de quién va a ser el ganador, quién el muerto y quiénes pueden ser los personajes secundarios imprescindible para acabar el relato. Por primera vez en mucho tiempo, los actores de reparto han sido determinantes. Y toda hace indicar que muchos ciudadanos, hastiados de los mismos protagonistas de siempre, optarán por buscarse una historia paralela con la que intentar poner fin a la misma historia de siempre. Y ahí están Teresa Rodríguez, Antonio Maíllo, Juan Marín, Martín de la Herrán y Antonio Jesús Ruiz buscando colarse en la novela, ya sea como acompañantes, como ayudantes o como muertos.

Agatha Christie decía que la mejor receta para una novela policiaca era que el detective nunca debía saber más que el lector. En el asunto primordial no ha ocurrido esta vez en las elecciones andaluzas, donde el cambio de ciclo que se está viviendo en la política de este país no parece que vaya a alcanzar para restarle protagonismo al partido que lleva treinta y tres años escribiendo la historia. Ni al otro, ese que lleva el mismo tiempo planteando un texto alternativo. Pero eso son ya enigmas mayores para cuya explicación se necesita, como mínimo, una enciclopedia.

¿Le alcanzará a Susana Díaz para gobernar en solitario, ya sea en mayoría o en minoría mayoritaria? ¿Podrá Juan Manuel Moreno Bonilla seguir presidiendo el PP andaluz, ya sea robustecido o algo más enclenque que antes? ¿Habrá pactos y con quién? Todas las historias de misterio incluyen, más pronto o más tarde, alguna sorpresa, y las elecciones andaluzas no son más que un relato inacabado. Ahora, de inmediato, empiezan las municipales y a finales de año llegaran las generales. La sociedad española está cambiando sus querencias políticas a un ritmo vertiginoso y los vivos de las historias de hoy pueden ser los muertos de las historias de mañana.

En 1280 almas, la novela de James M Thompson, el delincuente es el protagonista. Se trata de un sheriff de una pequeña población rural que dedica gran parte de su tiempo a comer, dormir y eludir los problemas que surgen en el pueblo. Pero, ante la proximidad de las elecciones, ve que su permanencia en el cargo peligra y por ello decide poner remedio a la situación. En contra de lo que requieren los 1.280 vecinos del pueblo, que le reclaman que ponga fin a su holgazanería y a la corrupción, su decisión es otra: quitarse de en medio a los habitantes que le censuran, a los que va matando uno a uno.

En los últimos años, demasiados dirigentes políticos actúan como el protagonista de esta novela policiaca, importándoles un bledo los problemas de su pueblo y preocupándose únicamente de ellos cuando ven peligrar su cargo ante la proximidad de unas elecciones. Afortunadamente, ninguno ha matado a nadie, pero deberían reconocer que, en determinados momentos, han colocado a muchísimos ciudadanos ante las mismísimas puertas del infierno. Y esas cosas son determinantes en cualquier trama, incluso en la de una mala novela negra cuyo final se lleva repitiendo tres décadas.

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