Cuerpo a tierra que ahora dicen que empieza la campaña
A veces el antes sucede al después. De ahí que, como llevamos tantos meses de campaña electoral,
hemos alcanzado el punto de salida cuando creíamos que habíamos
superado ya la meta. Sumamos tanta palabrería escuchada que apenas nos
queda oído para más ocurrencias. Y cargamos con tanto ruido acumulado
que, quizás, lo que más deseamos son unos días de silencio. Si uno mira
hacia atrás en las hemerotecas, resulta difícil creer que nos queden
cosas por escuchar y a los líderes cosas por decir, pero pueden estar
tranquilos. Apenas llevamos unas horas de campaña oficial y la desmesura
no ha hecho más que continuar.
En estos tiempos de tanta hipérbole, el mercado de la
charlatanería está en auge. La hipérbole es siempre una exageración, con
la que se aumenta o disminuye de manera excesiva un aspecto, una
característica o una propiedad de aquello de lo que se habla. Y llevamos
meses instalados en una constante exageración sobre todo lo que nos
pasa. Como dijo un día el escritor Manuel Rivas,
en España, al contrario de lo que ocurre en otros países más aburridos,
nos tomamos hasta las tonterías muy en serio, por eso, en boca de
nuestros líderes, este país se va al traste una semana sí y la siguiente
también. Y por eso los partidos políticos no nos llaman a votar para
mejorar la sociedad en la que vivimos, sino para salvarla de las garras
del contrario.
Uno de los graves problemas de la política
en España es que los partidos han dejado de tener adversarios para
tener enemigos. Y la diferencia la explicó muy bien un político
canadiense en un artículo que escribió en el The New York Times hace
algunos años. Se llama Michael Ignatieff y
decía: “Un adversario es alguien a quien quieres derrotar, mientras un
enemigo es alguien a quien tienes que destruir”. Y que esta batalla
contra el otro esté sucediendo en un momento en el que el bipartidismo
dejó de ser el modelo imperante y, ahora, la negociación y el acuerdo
deberían ser indispensables para configurar mayorías de gobierno, nos
complica mucho el futuro.
Si uno escucha estos días a los candidatos, los españoles
no tenemos más que dos opciones en estos comicios. O votar a los
partidos de derecha, que se quieren juntar con VOX
para traernos una involución. O votar a los partidos de izquierda, que
necesitaran ceder al separatismo para abrir las puertas a los que
quieren romper el país. Da igual lo que digan las encuestas o que
existan otros acuerdos posibles. Eso es lo que se ha instalado en la
campaña de los unos contra los otros. Con adversarios que no creen en
nada y partidarios dispuestos a creerlo todo.
Esta simpleza tiene un indudable riesgo, echar de las
urnas a un montón de ciudadanos que no están dispuestos a comulgar con
ruedas de molino. Y las señales las tenemos. Uno de los datos en los que coinciden todas las encuestas
es en el importante número de personas que pueden no acudir a votar o
que, todavía, no tiene decidido hacia quién lo hará. Hasta un 40% en el
último sondeo del CIS.
En esta campaña resulta frustrante tener que advertir, a
estas alturas de la democracia, que uno de los grandes peligros son las
mentiras. Cuando menos ideas se tienen, suele ser cuando más se habla. Y
cuanto más se habla, más fácil es que nos intenten colar falsedades o
medias verdades. Convivir con la mentira y con una realidad maquillada se ha convertido en un grave problema de la sociedad actual.
Y no tanto por el propio hecho de mentir, sino
especialmente porque decir mentiras no tiene consecuencias. Los
ciudadanos que durante años soportamos con mucha impunidad todo lo
relacionado con la corrupción, aceptamos ahora con el mismo
distraimiento y normalidad otro hecho que debería ser insostenible en
democracia: que nos mientan. En política se ha perdido la vergüenza de ser pillado en una falsedad, porque mentir hace tiempo que dejó de ser reprobable.
Como lo normal es que el antes suceda al después, el mayor ejercicio de reflexión
para estas próximas elecciones debería ser la memoria. El actual
sustento de nuestra clase política requiere de los ciudadanos una
importante dosis de amnesia colectiva. De un tiempo a esta parte, en
este país nos toman el pelo un día sí y el otro también, ya que la
tomadura de pelo es una de las cosas que más se ha democratizado. Lo
hacen todos los partidos y, en muchos casos, a la vez.
Por eso pónganse cuerpo a tierra,
que ahora es cuando realmente dicen que ha empezado la campaña, aunque
uno se pregunta: ¿Y qué nombre le ponemos a lo que hemos vivido hasta el
viernes?
Comentarios
Publicar un comentario