No hay toreros para tantas candidaturas





DE todas las incorporaciones a las listas electorales de los partidos, ha sido muy llamativa la presencia de los toreros. No hay mucha tradición en España de toreros que se dediquen a la política, aunque hay uno que realmente fue famoso: Mazzantini, el “señorito loco”, como le apodaban en Madrid. Este diestro dejó los ruedos en el año 1905, le picó el gusanillo de la responsabilidad pública y llegó a ser concejal del ayuntamiento de la capital de España; teniente de alcalde; miembro de la Diputación Provincial y hasta gobernador civil de Guadalajara y Ávila.

Mazzantini fue un personaje de su época. La llegada del rey Amadeo de Saboya, de origen italiano como él, a la corona de España en 1870 le permitió acceder a un puesto de secretario de caballerizas de la corte, para luego trabajar en la compañía de ferrocarriles. Gran aficionado a los toros un día decidió dejarlo todo para dedicarse a este arte. Y lo hizo con una frase que pasó a la historia: “En este país de prosaicos garbanceros, no se puede ser más que dos cosas: o tenor en el Teatro Real o matador de toros”.

Al final una lista electoral no es más que un reflejo de la sociedad que cada partido quiere representar para lograr el voto de los ciudadanos, de ahí que en una época de enorme desafección hacia la política, en general, y a los políticos, en particular, las candidaturas para estas elecciones generales se estén llenado de personas ajenas a ese mundo. Desde que el descrédito hacia la política se convirtió, en sí mismo, en un arma electoral, aumentó la búsqueda de “personalidades de prestigio” para atraerlas desde la sociedad civil. En todas las elecciones, los líderes han buscado a candidatos ajenos a la disciplina de un partido, sin afiliación política y con una fuerte proyección mediática, en un intento de reforzar sus listas y conectar mejor con la sociedad a la que se pretende representar.
Por las rendijas de la desafección se nos está colando el populismo
Lo novedoso de estas próximas elecciones es que los fichajes no obedecen a este perfil. Las incorporaciones en las listas, en demasiados casos, incluyen una importante carga simbólica, como si fuese necesario hacer público que para defender la unidad de España lo mejor es llevar a un puñado de militares en la candidatura; o que poner a un torero cerrando la lista hace más visible el apoyo a la denominada fiesta nacional.

En este tiempo de ahora, vuelven cosas que ya creíamos superada, como si España tuviera que volver a ser castiza, los militares tuvieran que preservar la territorialidad del país y en el Congreso alguien tuviera que salvaguardar todas las tradiciones patrias. No es un asunto menor, el de llenar las listas electorales de símbolos y vaciarlas de candidatos. Lo han hecho los partidos independentistas catalanes colocando a líderes inmersos en causas penales para intentar enjugar en las urnas responsabilidades que deben dirimir los jueces. El coraje patriótico llevado al sacrificio, que diría el escritor Antonio Muñoz Molina. O lo que es lo mismo, la tradición de la cultura del victimismo.

Las listas de los partidos políticos se están vaciando de políticos. Y eso, que un día llegamos a pensar que iba a ser una buena idea, podría terminar siendo un problema. Por las rendijas de la desafección se nos está colando el populismo, ese que gobierna ya en Estados Unidos, Italia o Brasil, por citar algunos ejemplos preocupantes. No se trata de festejar a esa clase política que ha hecho de aferrarse a un cargo público una profesión; o del aplauso y la devoción al líder un mecanismo de ascenso al poder.

Pero tampoco se trata de llenar las candidaturas de periodistas mediáticos, personajes con un pasado que tira de espaldas, toreros, participantes en concursos de telerrealidad, porque no era eso de lo que se trataba cuando se planteó abrir los partidos a la sociedad. Si la clase política quiere seguir instalada en la crispación y utilizar la intolerancia, el miedo y una vuelta al pasado para arañar un puñado de votos, será una enorme responsabilidad que los ciudadanos no podemos permitirnos. Hay que desterrar de este país a esos prosaicos garbanceros, como diría Mazzantini, el “señorito loco”.
Esencialmente para que, de nuevo, no nos obliguen a tener que ser una de las dos únicas cosas posibles: buen o mal español; rojo o azul; patriota o independentista…. Tenor o torero. Hay tantos españoles hartos de tantas divisiones y trincheras, que no existen ni tenores ni toreros suficientes para llenar las candidaturas. 

Claro que ya lo dijo el torero Juan Belmonte cuando se encontró un día en un plaza de toros a su banderillero Joaquín Miranda ocupando el cargo de gobernador civil de la provincia de Huelva y un aficionado le preguntó: “Don Juan, ¿es verdad que este señor gobernador ha sido banderillero suyo? Belmonte le respondió “Sí”. Y el otro insistió: “Don Juan ¿y cómo se puede llegar de banderillero a gobernador?”. Y a Belmonte le salió su genial tartamudeo y respondió: ¿Po… Po… po cómo va a sé? De… De… degenerando”. Y en esas estamos.

Publicado en Málaga Hoy y los periódicos del grupo Joly en Andalucía. Con Ilustración de Daniel Rosell.

 

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