Una campaña decepcionante en el fondo y preocupante en las formas
ESTOY
leyendo un libro y estoy haciendo un diario de la campaña electoral. A
ratos le dedico un tiempo a lo primero. Y mucho rato, un esfuerzo a lo
segundo. El libro que estoy leyendo se llama Cómo mueren las democracias y lo han escrito los profesores Steven Levitski y Daniel Ziblatt, ambos de la Universidad de Harvard.
En este ensayo leo las investigaciones de ambos expertos
sobre el desgaste del sistema constitucional que han sufrido algunos
países; mientras en el seguimiento del debate electoral encuentro
ejemplos de primera mano. Entre ellos, la insufrible entrada del populismo en España,
que no afecta a un único partido. A veces, lo que leo en el libro
parece que está ocurriendo en la campaña. Otras veces, la campaña es
como un anticipo de lo que leo después en el libro.
No
sé qué ocurrirá antes, que yo termine el libro; que termine la campaña;
o que la campaña termine conmigo. Como no puedo comentarles las
conclusiones de los profesores de Harvard
porque no he llegado todavía al final, les voy a adelantar algunas
claves que ofrecen los primeros capítulos del texto. “La democracia ya
no termina en un bang (un golpe militar o una revolución), sino en un
leve quejido: el lento y progresivo debilitamiento de las instituciones
esenciales (…) y la erosión global de las normas políticas
tradicionales”.
Como es lógico, los autores hablan mucho de la situación de Estados Unidos,
pero advierten de un fenómeno que ya alcanzó a otros países y lanzan
una alerta para aquellos a los que les pueda parecer todo una
exageración: “En el año 2016, por primera vez en la historia de este
país, un hombre sin experiencia alguna en la función pública, con escaso
compromiso apreciable con los derechos constitucionales y tendencias
autoritarias evidentes fue elegido presidente”.
No. Es evidente que no estamos todavía en España en ese
riesgo, pero la campaña si está revelando algunas tendencias
preocupantes que ya advirtieron ambos profesores como precedentes en
Estados Unidos. ¿Y es que alguien pudo pensar antes de que ocurriera que
a un presidente como Barack Obama le
podría suceder uno como Trump? El marco político se crispó en la
democracia estadounidense cuando se acabaron dos supuestos
imprescindibles: la tolerancia mutua y el acuerdo de los partidos
rivales a aceptarse como adversarios legítimos. Y en este sentido, la
campaña de las elecciones generales en España está siendo decepcionante:
la intolerancia hacia el contrario ha alcanzado, en determinados
momentos, n iveles absolutamente inasumibles en democracia.
El de los actos de violencia. Está siendo una campaña con una polarización partidista extrema, con acusaciones de tal calibre que no es que vayan contra la realidad, es que van contra un mínimo de sentido común.
Los primeros días de esta campaña han coincidido con la Semana Santa,
por lo que alguien podría justificar lo que está ocurriendo afirmando
que había que gritar mucho para que se pudieran escuchar los mensajes
entre tantos tambores y trompetas. Y anda, que no se ha gritado. La
campaña acumula ya un buen número de frases altisonantes que provocan
vergüenza ajena, pero que se han dicho como si las palabras en los
mítines se las llevaron el viento. Muchos sostendrán que no es la
primera vez que ocurre, y que hay antecedentes similares en otras
campañas.
Posiblemente será verdad, pero el contexto en el que discurrieron esas elecciones no tiene nada que ver con el de ahora.
Hoy el populismo no está castigado en un rincón del arco ideológico,
sino sentado en los parlamentos de muchos países europeos. Y en algunos
de ellos, rozando los votos suficientes para alcanzar el Gobierno.
Como sucedió en las elecciones de diciembre en Andalucía,
ahora también en las Generales hay una cierta impresión de que existen
dos campañas. Lo que vemos y sale en los medios de comunicación, y otra
soterrada. Esta última viaja por las redes sociales y por WhatsApp a un
ritmo vertiginoso. Posiblemente por ella pululan muchos de los que dicen
que no saben o no contestan en las encuestas, esa multitud que junto a
los indecisos suman cerca de un 40 por ciento de ciudadanos que eluden
pronunciarse todavía sobre a quién van a votar.
Son erróneos los intentos de interpretar el
comportamiento que pueden tener los que dicen que están indecisos con
los que han decidido su voto. Muchos indecisos, la única indecisión que
tienen es, posiblemente, qué partido de derechas votará en las
elecciones. Interpretar la indecisión de otra manera fue la equivocación
que se cometió para que nadie acertada con los 12 parlamentarios de VOX que obtuvo en las elecciones andaluzas.
A todas horas sigue la campaña. Y yo a ratos continúo con el libro.
Lo dejo en este párrafo: “Que exista cierta polarización es sano,
incluso necesario para la democracia, pero cuando las sociedades se
clasifican por bandos políticos cuyas concepciones del mundo no sólo son
diferentes, sino además mutuamente excluyentes, la tolerancia resulta
muy difícil de sostener”. Y apenas quedan unos días para dar sosiego a
una campaña que está siendo decepcionante en los temas de fondo y
preocupante en las formas.
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