Correr detrás de los votantes
De un tiempo a esta parte, una semana es una eternidad en la política en España. No digo ya tres, que son las que faltan para las próximas elecciones generales.
Nunca ha saltado tanto la opinión pública de un lado del espectro hacia
el contrario, ni hemos visto a los partidos deambular tan rápido de un
espacio ideológico a otro. Las expectativas electorales de los partidos
en España funcionan a ráfagas.
Un día llevan el viento de cara, al siguiente les alcanza
una tormenta, de ahí que resulte bastante atrevido finiquitar la
contienda antes de tiempo, elucubrar sobre los resultados que se van a
producir e intuir qué procesos se nos abren la noche después del
recuento de los votos. En cuestiones demoscópicas, hace mucho tiempo que los medios de comunicación somos una autoridad en equivocarnos con los resultados.
Nunca los partidos han corrido tanto detrás de sus posibles votantes.
Antes los partidos ocupaban un hueco del espacio ideológico y hacían
todo lo posible por ampliarlo, a la espera de atraerse a cuantos más
electores mejor. Ahora no se les atrae, se les persigue. A bandazo
limpio, de la izquierda al centro; del centro a la derecha; o de la
derecha a la extrema derecha. Y eso ocurre casi de un día para otro.
Antes un partido político tenía un programa electoral más
o menos identificable con su ideología, ahora se tienen ideas fijas
pero no definitivas. Se lanzan propuestas y si convencen, se sigue con
ellas. Si llueven las críticas, se esconden y se buscan otras. Por eso,
demasiados líderes acuden a esta campaña electoral con la filosofía de Groucho Marx:
tienen unas ideas, pero si las encuestas no acompañan, están dispuestos
a cambiarlas por otras. Se hacen propuestas al ritmo de los sondeos y a
base de ocurrencias y consignas.
Es una especie de política veleta,
ese instrumento que nos permite conocer, en cada momento, la dirección
que lleva el viento. Y en política existen muchas similitudes entre lo
que dicen las encuestas y la dirección que toma cada partido según
indica la veleta.
Después de la sorpresa electoral de Vox en Andalucía
y de la posterior carambola que permitió al PP, junto con Ciudadanos,
alcanzar el poder en esta comunidad autónoma tras más de 37 años de
gobiernos socialistas ininterrumpidos, los vientos de la derecha
indicaron que había que seguir girando todavía más a la derecha. Y así
llegan a esta campaña PP y Ciudadanos, en dirección al horizonte que le
ha marcado Vox, un partido político que, sin representación alguna en el
Congreso, les ha influido hasta en cómo configuraban sus candidaturas.
Vivimos tiempos muy volátiles. Dicen las encuestas que Pedro Sánchez
está a punto de cerrar esta eterna precampaña con el viento de cara, lo
que le podría llevar a protagonizar su tercer amanecer político. Hace
apenas tres meses nadie en su partido quería acompañarle en unos
comicios. El PSOE andaluz adelantó las autonómicas para no hacerlas
coincidir con las generales, mientras los alcaldes socialistas se
conjuraban para que tampoco las celebrara en las mismas fechas que las
municipales.
Hoy Sánchez afronta una campaña donde su principal objetivo es no meter la pata, esperar que Podemos
no siga cayendo más de lo necesario ni Vox aumentando sus votos más de
lo suficiente, con el objetivo de que no haya una suma como la que se
produjo en Andalucía. En esta batalla del 28A nadie juega únicamente con
sus cartas y todos esperan contar con las que saquen sus posibles
compañeros de viaje. Para las expectativas del PSOE, sería deseable
saber a quién está dispuesto a elegir como compañero de viaje.
No hay nada que haya tenido, estos últimos años, y tenga,
actualmente, más incidencia en la política española que la situación
que se vive en Cataluña; de ahí que
cualquier cosa que pueda ocurrir con los líderes separatistas o
cualquier tropiezo de cualquier partido dándoles alas durante estas
semanas de campaña, será determinante para los comicios. Y atentos,
porque tampoco existe nada que haya dado más pistas de lo que puede
ocurrir en las próximas elecciones generales que el resultado de las
autonómicas en Andalucía.
Vox ha tenido sobre los partidos de derecha, el mismo
efecto que Podemos tuvo en su día sobre los partidos de izquierda, pero
en sentido contrario. La irrupción del partido de Pablo Iglesias
supuso la entrada de una bocanada de aire fresco en las instituciones
al atraer a las urnas a un montón de ciudadanos que hacía tiempo que
estaban cansados del modelo de bipartidismo que se había instaurado en
España.
Su discurso contra la casta obligó a los partidos a
intentar abrirse a una sociedad que le daba la espalda y a poner en
entredicho un sistema por el que llevaban años repartiéndose todos los
ámbitos del poder. Vox ha tenido justo el efecto contrario. Los doce diputados obtenidos en el Parlamento andaluz han traído una auténtica vuelta al pasado,
con el cuestionamiento de muchos pasos que creíamos ya superados. Y no
ya por ellos, cuya ideología no engaña a nadie. Sino por el efecto que
ha tenido sobre PP, e incluso sobre Ciudadanos.
Ahora, tras una crisis económica que ha dejado a muchas
familias tiritando y con un conflicto territorial en Cataluña que nos
tiene empantanados, nos encontramos frente a unas elecciones donde los
dirigentes políticos, en vez de ponerse en la cabecera del liderazgo social llevan meses dedicados a dar bandazos ideológicos para correr detrás de los votantes que se les van escapando.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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